DESTIERROS Y DESTIEMPOS
(…) El caso es que suelo empezar con enumeraciones que van cargándose de sentidos a medida que un latido interno las vaya ritmando, al menos animando, situándolas en el aire. De eso se trata. Suele ser un pulso sostenido lo que desde mi propio verbo va insuflándose de aliento, de un ánimo impersonal a veces, otras veces solo mío pero siempre original y, como digo, sostenido, pretenso. Semeja el aleteo de un pájaro que promueve un planear ingrávido y final de todo el cuerpo de los versos. O bien un caer en picado súbito y —pretendidamente— certero.
¿Por qué las hago? ¿Para qué? Esto mismo que ahora escribo, ¿qué sentido tiene? ¿Darme placer? Tal vez administrármelo, eso sí, o desahogar displaceres quizás; o derrochar el uno y los otros. (…)