Heridas de la posibilidad
Después de tantos y a pesar de todos, sucede el encuentro inesperado: Alejandro, Carmelo, historiador y filólogo, uno azota el mar, el otro acomete el cielo. Con frío saludo, entre las miserias de una vida mal pagada, capaz de convertir a los hombres en siluetas de niños asustados:
—¿Tú escribes?
—Una vez intenté ser novelista frustrado.
—Ah, bien, yo soy casi poeta, de los de al borde del suicidio.
—Magnífico. Yo he leído a Whitman, pero sobre todo me dejo leer por Proust.
—Oh, pues yo me hice una foto junto a la tumba de Keats en Roma, y además en mi tiempo libre me dedico a quemar poemarios de Lorca.
—Magnífico.
—Sí, quizá deberíamos escribir alguna vez algo juntos.