Apuntes de historia de la Iglesia (4)
La Reforma iniciada por Lutero pronto produjo una gran división de los espíritus, principalmente en Alemania, Inglaterra y Francia; división, que condujo en estas naciones a sus prolongadas y tremendas guerras internas del XVI y primera mitad del XVII; guerras internas, en cambio, no padecidas por las naciones que entonces perseveraron unidas en la fe católica (Francia osciló durante un tiempo). A las naciones latinas (Italia, España y Portugal) les advendrá su gran división espiritual en el XVIII, de tanta trascendencia para el futuro de España (para su convulso siglo XIX, la guerra del 36 y la actualidad).
La Paz de Westfalia (1648) puso témino a aquellas contiendas por motivo religioso. Erigía como fundamento de las relaciones internacionales y augurio de una paz duradera el primado de las razones políticas sobre la fe. Pero la paz no vino; las guerras se multiplicaron, ahora ya por motivos económicos y políticos. La pugna por la hegemonía mundial enfrenta ante todo a Francia e Inglaterra durante todo este período casi sin interrupción. Se combatirá por
tierra y mar en tres continentes.
La pérdida de la unidad de la fe en Cristo y su Iglesia en el mundo de Occidente en el XVI está en la raíz de estas contiendas. Éste ha sido el juicio emitido por los papas de la contemporaneidad. Hay otro juicio o diagnóstico, que es el que culpa de los males a la Iglesia; es el de las ideologías y filosofías que conciben que la felicidad y el bien de los humanos han de venir de apartarlos de Cristo y su Iglesia.
Tales concepciones, muy minoritarias aún, fueron con todo rigor puestas por escrito ya en el XVII por Hobbes, Spinoza, Locke, Tindal, Toland, Bayle… Nada nuevo al respecto afirmarán en el XVIII un Voltaire, Diderot, D´Alembert, los hombres de la Enciclopedia, Rousseau, y el mismo Kant en su augurado “milenio” superador de toda verdad revelada; pero ellos fueron los grandes divulgadores de aquellas concepciones.
Hoy somos testigos de un extendido ateísmo sociológico, práctico, no especulativo, que ni se cuestiona la existencia de Dios; pero al que ha precedido, como muestra la historia, una enorme carga de filosofías ateas. En este contexto tan problemático y adverso despliega su vida la Iglesia. Su pervivencia e inmenso dinamismo, y pese a también graves miserias internas, no son “históricamente” explicables; y menos en este contexto. Son milagro de Dios, obra del Espíritu Santo, intervención y constante protección de la Virgen María, y de manera tan singular del Corazón de Jesús, precisamente revelado en esta época como “el remedio extraordinario” a santa Margarita María.